viernes, 9 de noviembre de 2012

Noches frías.



Resultó que era inevitable quedarse plasmado y ausente de movimiento, resultó que la noche fría era usufructo de un viento tan frío y malicioso que no sólo carcomía los huesos hasta hacerlos tiritar, sino que devoraba bocado tras bocado de la poca valentía que se suponía debía poseer aquel Sr Matéu. Paralizado frente a la cruda escena, sabía que ahora no sólo era tan cobarde como la víctima sino que una cualidad lo hacía peor que el malhechor que dejaba fluir y proyectar su maldad al aire congelante: su hipocresía.
Los cansados músculos de las piernas de Matéu lo habían forzado a detenerse en la intersección Marzo-Palomero, y es que a un hombre de cubículo la prisa le es algo intrínseco. Aún así seguía preguntándose de haber sabido lo que contemplaría ¿negaría el reposo a sus cansadas pantorrillas? Al parecer no, puesto que sólo el morbo lo mantenía viendo el asalto, sus piernas ya se habían recuperado ¿A dónde se fue entonces tanta prisa?
Provocaba un asco inmenso para Matéu divisar como el asaltante escupía agresivamente órdenes y palabras sin sentido para obtener algo de dinero, veía al asaltado cohibido, desesperado y traumatizado por la terquedad tan egoísta por parte del asaltante que sólo exigía el advenimiento instantáneo de bienes materiales sin discernir lo mucho o poco que pudo haberse esclavizado en sus ocho sistemáticas horas diarias de jornada laboral el afectado, inclusive Matéu imaginaba a la víctima tomando horas extras para poder obtener lo que ahora, la bestia contemplaba arrebatar sin compasión ni piedad existente.
Y es que el Sr Matéu al observar esto prácticamente se engañó a sí mismo para pensar por unos muy breves instantes que su naturaleza destructiva sólo lo hacía egoísta neutral pero nunca destructivo y malhechor, se sentía aliviado al ver asalto. Pero para sus adentros rebotaban palabras muy huecas -¡Vaya! Y es de bien saberse que los humanos somos unos salvajes, tan sólo mira como los ojos del maleante derrotan la dignidad de su acechado ¡Pero qué cabrón tan malnacido! ¿Cómo puede ser tan frío y cruel contra su prójimo? Me reconforta saber que aún hay unos cuantos que en la cordura jugamos de día, de tarde y aún de noche-.
Juzgó cada movimiento de los dos involucrados nuestro Sr Matéu. Lo hizo tan siquiera hasta el momento en que el asaltante escuchó una de las leves pisadas del timorato Sr Matéu, que acto seguido galopaba ágilmente –como nunca en su vida lo había conseguido- más aún en su cabeza excusaba -He recordado que en prisas vine y en prisas me voy, no me puedo permitir un retraso más en mi trabajo, no creo que sea lo más prudente-.
Por más vertiginoso que fuera el trote, los 45 minutos de retraso no pudieron ser evitados ni excusados, por lo menos su jefe –Un señor de ceño fruncido permanentemente con entradas enormes en el cabello y voz de fumador experimentado sin haber fumado- no comprendió que un vislumbrar de asalto ajeno, pudiera robar tanto tiempo al Sr Matéu. Tal vez la suerte no estaría hoy de su lado.
-Es que Matéu, no tengo nada, absolutamente nada en contra tuya ni de tu curiosidad, pero creo que tus fallas han sido suficientes en este negocio. No me puedo permitir un lujo tan grande como de pagar un empleado incompetente, y si bien es cierto que hubo un tiempo donde antes pudiste ser presuntuoso con tu tamaño, ahora eres sólo un pequeño y flojón eslabón …- Dijo en tono tan lleno de vitalidad y con una culpa tan falsa el Jefe de Matéu, el Sr Portilio.
¿Era acaso una posibilidad que Matéu no sintiera ahora una ira enorme, un enojo indiscriminado hacia todo lo que existe? Pero supo controlarse, se calmaba cuando su conciencia le recitaba a susurros que eso era lo que lo hacía diferente de aquel salvaje de la intersección Marzo-Palomero.
De una manera u otra, Matéu aceptó la situación de la mejor gana que pudo, no dio señas de antipatía al Sr Portilio, no exclamó ninguna frase irónica y despectiva ni atentó en burlas hacía la progenitora suya. Dio un “le deseo lo mejor, viva bien e intente siempre ser feliz”.
Poco a poco en sus adentros una gran pena aruñaba el tenso corazón del Sr Matéu, paso a paso –cada uno más lento que el anterior- se acercaba a su desdichada morada, hogar de una desventura todavía más grande que él tenía por conocimiento desde que la vio nacer.
De tanto caminar, era lógica –y Matéu lo sabía- su consecuencia sería la llegada al lugar, una que era melancólica y con una tranquilidad tan irritante que sólo pensaba en arrancarse todos los cabellos de un solo jalón.
Empero ante cualquier situación, cosa, o ser vivo… llegó. Ahí estaba el Sr Matéu abriéndose paso hacía una casucha descuidada, tal vez en tiempos de antaño fuera deslumbrante y apreciada por arquitectos de la época, ahora sólo era presa de miradas de desdeño de los viandantes que solían ir de ahí para acá en las noches.
 Al entrar, dio visibilidad a su hogar, asiendo la cadena del foco del techo, se observaba una sala que jugaba también el papel de cuarto, pues una cama hacía presencia en una esquina, llena de cobijas justificadas por el violento frío que nunca era escaso en la ciudad.
Muy atento, y de una forma tan delicada como quien intenta cuidar de una cría del animal más bello justo cuando acaba de ser concebido, sólo de esa forma fue quitando cobija tras cobija hasta que la tenue luz que apenas tocaba la habitación dejó ver un rostro, paliducho y apenas con aliento, un niño enfermizo. El primogénito, el único amor del Sr Matéu.
Con llanto y congoja Matéu dejaba de ser Sr, para metamorfosearse en lo más humano que creía podía ser, le lloraba disculpas a su rostro adormecido, le rogaba por el perdón de un presente y un futuro donde no encontraba ya manera de cuidarlo y mantenerlo. Su esposa fallecida hace muchos años, Matéu alejado de cualquier lazo familiar, debía romper cada hueso de sí mismo para conseguir sustento de la salvación de una criatura que en un indiferente diagnóstico se dio conocer con una enfermedad permanente, una debilidad que siempre sería propia de él, no hubo promesas de ser libre algún día, sólo de una vida vacía y no muy extensa de malas dichas y un final que prometía agonía.
Matéu había hecho lo que creía posible, lo que para él era necesario, todo porque no se esfumará tranquilamente el brillo de los únicos ojos de los que podía sentir afecto.
Cuando te das cuenta que tal vez la única posibilidad de tu vida es una tragedia y el mundo día a día te da la espalda, sólo te quedan ganas de abrazar al ser amado hasta que la muerte llegue, sin esfuerzo, sin más sacrificios. A veces así eran las noches desde aquel día en que fue despedido Matéu, todas las mañanas salía a buscar empleo, sin embargo la situación económica en la que estaba envuelto el lugar era miserable. Por las tardes, se lanzaba contra los pies de la gente que deambulaba por las calles menos transitadas les pedía alimento o monedas para ser de ayuda para su queridísimo hijo. Lo tachaban de perdido de juicio, pocas veces conseguía poco.
Pocas veces entonces comía el enfermo, pocas veces sonreía, pocas veces Matéu recordaba la paz, la tranquilidad, la fe y la esperanza. Pocas veces sentía piedad y empatía por todos quienes existían. ¡Bendita desesperación! Con que fuerza tenía en ambas manos uno de los cuchillos de guerra que tenía bien guardados el Sr Matéu, primero apuntando hacía su propio estomago, después un muy fugaz intento de terminar con la tristeza de su pequeño, al que a veces lo pensaba como “La razón de seguir en vida” otras veces cono “la única causa de todas sus penas”.
Pero aún la piedad más sincera era parte de Matéu, de ninguna forma pudo completar ninguno de los dos actos. Empero, algo sí debía hacer, agitado y encolerizado azotó la puerta de su hogar para que quedara bien cerrado. Y justo como su corazón palpitaba, sus piernas ya enflaquecidas daban su mejor intento de correr que se convertía en un trote que daría risa y gracia a quien llegara a vislumbrarlo.
La noche convertía en un enigma las calles cosa que llenaba de furia a Matéu, pero más que la oscuridad, era su ira tan exuberante lo que lo cegaba realmente. Las calles perdían nombre y forma a pesar de que las hubiese conocido tan perfectamente en otra ocasión, en este instante su conciencia era bizarra y corrupta, la ignorancia era tanta como la de un niño angustiado que no se preocupa por las cosas de los adultos.
La heladez y pesadez del aire se convertía en neblina para las pupilas dilatadas –debido al coctel de emociones que implotaban en él- y chocaba torpemente con postes, árboles y botes de basura.
Ante la tempestad, hubo calma, lo único que pudo apaciguar la violenta mente del Sr Matéu, fue la paz que causa el sentimiento de la resolución, a lo lejos divisó a la victima perfecta. Podría asaltarla, y brindar alegría a un niño inocente. ¡Al carajo la honestidad y la buena voluntad! Era momento de recuperar la esperanza que se le había arrebatado a un angelito agonizante. Era momento de hacer un poco de justicia.
Vestía un traje que no parecía nada nuevo, sino por el contrario un poco maltratado, pero parecía un trabajador con empleo estable y si la suerte estaba hoy del lado de Matéu, podría ser el día de paga o mejor aún ¡una indemnización! No dejaba de figurarse la sonrisa tan enorme que tendría el pequeño.
Dejó de ocultar aquel cuchillo militar de entre sus vestiduras, se acercó sutilmente a la víctima –como si tan sólo fuera un transeunte con prisa moderada- cuando estuvo en la distancia idónea, colocó el cuchillo a la velocidad perfecta en la espalda del sujeto, generando el susto necesario, pero sin ser un movimiento tan extremo que dañara al pobre bastardo.
-No quiero que hagas ni un movimiento brusco, no tengo ni la más mínima intención de prohibirme el uso del cuchillo que ahora está en tus espaldas, si llega a ser necesario. No quiero oír rodeos de tu vida personal, de esas estupideces triviales debemos ahorrarnos tiempo, de ti lo único que en este momento quiero es que voltees y sin rechistar me des todo lo que tengas de valor. Y no pienses ni por un momento que la vida es injusta por esto, que eso he aprendido hoy, todo llega a un equilibrio- dijo, gritó y susurró el bárbaro Sr Matéu a su víctima, pero ésta no mostraba respuesta.
Patidifuso por la situación sólo podía observar, esperaba la respuesta de su inexpresiva víctima, pero llegó el momento en que simplemente fue tanto el silencio que no esperaba ya ninguna reacción.
Acto seguido por fin comenzaba el movimiento en su víctima, el Sr Matéu estaba ansioso por recibir la cantidad que debiera recibir. Se tornaba hacía él lentamente, lo que observó Matéu cambió todas sus emociones en seguida. El rostro de su presa era tan irónicamente familiar. Sentía alegría, debía mostrar piedad, afecto ¡hasta amor por él!, no podía asaltarlo ahora, lo injusta que fuera la vida, no podía ni debía resolverlo así.
Que estrambótico lo es todo, de entre cualquier persona que podía caminar en la noche fría y desconocida, se encontraría con sí mismo, ver su propio rostro le resultaba pacífico. Le mostró su compasión dejando caer el cuchillo,  y miraba sus propios ojos con ternura. Su otro yo le sonrío con más afecto aún.
Matéu sentía que esta era la verdadera solución. Moría por hablar consigo mismo. Sin embargo, lo siguiente que ocurre es sentir un liberador y extremo frío, más aún que la noche. Plomo atravesando su cráneo, su otro yo no dudó en dejar de ocultar la pistola que poseía y dudo aún menos dispararla contra él. Esa noche murió el Sr Matéu descubriendo su única y real naturaleza, dejando ya en el olvido al pequeño, y desasiéndose de toda preocupación.

domingo, 15 de abril de 2012

Digitalismo

Nuevamente se encuentra tecleando, mejor dicho, jamás cesó. Aquel vicio llegó un día y ha rehusado a irse de la vida de Frederick. Al principio argumentaba: “Piensen dos veces antes de juzgar, criticar y destruir esta manera de vivir, puesto que hoy en días presentes el uso del ordenador no es sólo una necesidad, sino que ha reflejado en la humanidad contemporánea, una obligación.”
Claro es, eso lo juraba cuando pasaba cinco horas diarias y solía frecuentar a sus viejas amistades olvidadas los fines de semana ¡oh gloriosos fines de semana que arrebataban a Frederick del vicio de lo digital! Hace unas cuantas semanas del día de hoy, su adicción entró en una extensión de nueve horas diarias, pero... ¡Pobre Frederick! ¡Ese era un buen pasado para él! Los últimos tres días sólo ha dormido cuatro horas diarias, recién ha colocado pie en lugar ajeno a la cama y sus sentaderas hayan nuevo tormento en la silla frente al monitor, sólo se detiene para descongelar su comida.
¡Ahora excusa sus actos en la inocente eficiencia! Afirma él, que no puede descansar más sus párpados de aquellas cuatro horas, puesto que dormir le quita tiempo de actividad, acción y producción. Lo mismo piensa de cocinar alimento digno.
!¿De qué le servirá su productividad cuando haya muerto por cansancio o por sosegar su hambre con plástico congelado?!
Mas jamás acepta la culpa, cuando sus compañeros lo cuestionan, se siente ofendido por el atrevimiento de sus compañeros, acto seguido asegura que “el jefe” ha exigido toneladas de trabajo en megabytes. Y que quede claro que uso el término compañeros, porque amigos, no son. Los dígitos se han encargado de extinguir los verdaderos lazos sociales que le permitían tener calidad de humano. No importaría cuantos “amigos” presenten sus red social favorita, a esos les es indiferente la problemática vida de Frederick.
Hoy cautivo, y ya ha pasado la hora con la que estaba frecuentando dormir, ¿Acaso pensará dormir menos de cuatro horas hoy? A plenas cinco de la mañana tiene indicios de cansancio pero en sus gestos no aparece intención de ir a recostar su robusto y torpe cuerpo en el alivio que resulta ser la cama.
¿Monstruo? ¿criatura? ¿recuerdos de un ser humano? ¿En qué se ha estado convirtiendo Frederick? En digitos gustaría él de presumir. Pero quienes aún tienen memorias de él, le pedirían al universo piedad. A pesar de haberse alejado del contacto humano, con seguridad puedo decir que quien haya vivido aunque fuera a ratos con Frederick rogaría por impedir aquella tragedia.
Temo por él, ¡tememos por él! Ya se pueden oír sonidos metálicos al momento que sus gordos dedos azotan las teclas sin piedad alguna. Ojalá Frederick detuviera aquella abominación, no por los demás, sino por su propia salud. Nadie merece tal pena como la de encontrarse entre la vida y el dígito. Ya puedo sentir que en vez de palabras su boca generará bytes.
Con el tiempo una gran mayoría de quienes le han tratado, terminan aborreciendo su nueva “modalidad”. Es necio y terco como un ordenador con error de programación, cuando nos cuenta su ideología nos exclama que no niega la realidad física sino que sólo le parece innecesaria para los asuntos que son de él, y han terminado siendo demasiado suyos y de nadie más. ¿Cómo habremos de honrarle cuando muera si es a humanos a quienes se llora en luto?
No resisto verlo así, creo que nadie podría, más que aquellos morbosos que se regocijan con las desgracias. Siguen pasando las horas, para él no pasan lentas, son veloces y atentan contra su productividad. Pero a vista de ojos ajenos, se admiran los mismos segundos convertidos en minutos dañando poco a poco la ya poca personalidad de Frederick. Jamás llegará a anciano de esta forma, y espero no estar juzgando de forma ignorante su modo de vida, pero me aflige creer conocer su futuro, uno donde la alegria y el gozo no están.
Pobre de Frederick ahora me es hasta difícil definir donde acaba su computadora y empieza él. ¿A dónde a ido a parar aquel personaje que no tenia ningún parecido con un ordenador? Iluso soy, al creer que la joroba que se formaba en su espalda, no pasaría a más.
Vaya transparencia tiene su cuerpo en este momento, ahora más que alteración, la escena me provoca lástima y hasta llega al punto de hacerme sentir un bizarro asco con sólo mirarlo. Cada célula ya no es célula, se digitalizan hasta convertirse en pixeles, poco a poco. Pareciese que el ordenador chupa su alma, pero no, sólo lo convierte.
Ya no es humano, no soy tan ciego, nadie podría serlo, que escena tan degradante para la humanidad, un hombre que prefiere ser intangible, ahora humano pero por voluntad propia ya no más un ser sociable, sino un programa ejecutable. ¿A dónde fue a parar Frederick al terminar de “entrar” a su frío monitor?
Uno dudaría saberlo, hasta que al encender su ordenador aparece un mensaje mientras los archivos terminan de cargar: “Bienvenido distinguido usuario de Frederick 7.0”.

martes, 3 de enero de 2012

Bendita la humanidad


La jaqueca que en ese momento sentía me retumbaba con tanta fuerza que si hubiera un revolver disponible, le hubiera colocado una bala suicidio sin ningún remordimiento y con el único deseo de callar mi sufrimiento. Pero no, no había ningún revolver, no había un cuchillo, ni siquiera las armas letales que tuvo la desgracia de crear y conocer el mismísimo hombre: “poder y dinero”.

¿Por qué no podía encontrar ninguna de estas cosas en mi situación actual? Simplemente, porque ahora estoy en un bosque, desperté aquí hace unas 3 horas, según mi criterio. Al principio creí que se trataba de un secuestro, y aún pongo en duda la cuestión, pero jamás he escuchado sobre un secuestrador que use como prisión un bosque. En cierta forma creo que me debería de sentir aliviado y sin estrés, digo, estoy en un bosque, llevaba tiempo que no respiraba aire tan puro. Lamentablemente la urbanización y la monotonía de mi oficina me han consumido casi por completo.

Estoy tan acostumbrado a mi vida de sedentario digital, que ya ni siquiera tengo ganas o fuerzas para seguir recorriendo el bosque. Tal vez los bosques ya no son parte del hombre, tal vez hemos evolucionado demasiado para ellos.

Una fuerte cachetada resonó la verdura del bosque, un búho me acababa de abofetear con su ala.

Mi ira fue tanta que pudo formar palabras:

“¡Ahg! estúpido animal, no cabe duda que hay seres que no se desarrollan más allá del salvajismo”

El búho se colocó en una rama cercana a mi, me miró con la mirada más penetrante y fría que pudo haber usado desde el momento en que nació hasta el resto de lo que le quedaba de vida. Acto seguido, me escupió en la cara, estuve a punto de reclamar con maldiciones cuando sorprendentemente el búho me interrumpió con palabras que sólo el hombre podía formar: “Ser humano imprudente, si te trató de manera que tu consideras salvaje es porque tengo mis razones bien fundadas, pon un poco de atención, si Dios te dotó de la capacidad de aprendizaje, aprovéchala. ¿De verdad crees que eres el animal más sabio? ¿Cómo puedes creerte tan sabio cuando llamas riqueza a la capacidad de destruir el medio ambiente del que dependes? ¿Cómo esperas que te considere tan inteligente como presumes serlo, cuando tu especie crea productos como excusa para exterminar sus mares, tierras y recursos, y todo esto sólo para convertirse ustedes mismos en un producto innatural? ¿Crees que eres inteligente, cuando tú que usas oxígeno y produces contaminación destruyes las plantas que usan contaminación y producen oxígeno? ¡Vaya inteligencia me has venido a exponer! La verdad humano es que sobrevaloras tú evolución.”

Después que el búho terminó su discurso quedé boquiabierto, él por su parte agitó alas y emprendió nuevamente el vuelo que había interrumpido sólo para darme una cachetada.

Quedé atrapado en el bosque dos horas más hasta que por fin, como si fuera uno de esos milagros que nos dan a conocer en las películas, una empresa encargada de trabajar el papel, vino y exterminó el bosque sin piedad, para mi bendita suerte.

lunes, 3 de octubre de 2011

Tragedia en los astros

Nací en la tierra, pero allí ya no es lugar para quienes son seres de carne y hueso, ahora hemos emigrado a un errante artificial que genera su propia luz y energía, no tiene un rumbo fijo y probablemente –según se cuenta entre la gente- carece de destino. Pero es en este lugar donde habita lo que ha quedado de la raza humana.

A esta gran roca de fuego y metal se le conoce como “El Buscador”, creada para ser utilizada como último recurso en caso del cumplimiento del advenimiento de los apocalipsis de la teología y la ciencia, , vagará por el espacio externo buscando un nuevo planeta que destruir. Pues la ambición del hombre ya ha destruido su primer hogar.

En estos últimos días de la existencia del hombre, hasta el más salvaje animal se comportaba con mayor compostura que el más listo de los humanos. Corrompieron su religión del mismo modo que su ciencia, como la gente humilde es corrompida al conseguir algo de poder y sentir que sólo está logrando la justicia que se le había arrebatado.

¿Dónde derrocharan su dinero ahora que lo más valioso es la riqueza verdadera, aire, agua y tierra?

SE calculaba que la atmosfera artificial –generada por un domo artificial- sólo dudaría dos siglos a lo mucho (siendo optimistas, claro). A muy pocos les importaba, pues el fin de los tiempos no resultó en ninguna lección para ellos. En estos tiempos que el alimento era escaso, unos cuantos hasta debían recorrer al canibalismo, en especial los que aún eran considerados la clase social más baja, la pobreza extrema estaba súper extendida en sectores poblacionales que años atrás habían sido por lo menos clase media baja.

Ahora que los pocos supervivientes (pocos en comparación con la población antigua) vivían en un terreno muy compacto, las discusiones eran tremendas, frecuentas pero tan innecesarias como lo eran en sus tiempos de vida intraterricolar vestir marcas y fama.

Yo, por mi parte, estaba harto hasta mi último átomo, la jaqueca me había arruinado el apetito, pero yo aun vivía y lo hacía con esperanzas, de que algún día llegara la paz, no a la Tierra, no a “El Buscador”, a nuestro nuevo y próximo hogar, eso resultaría en caos de nuevo y esa no es la naturaleza del cosmos, en cambio tal paz debía llegar a la mente de cada uno de los seres que yo mismo consideraba hermanos de raza, pues para mi sus estúpidas fronteras habías sido destruidas, sus inútiles ideas predispuestas y clichés no se convertían en barreras tan grandes como para que no se dieran cuenta que todos éramos seres vivos. Para mi fiel tortura, este sentimiento nunca llegaba. Ya habíamos vivido 20 años en esta chatarra, el ambiente era cada vez más pesado, pero hoy, este mero día, se convirtió en una catastrófica bendición.

Un gran asteroide, ¡Roca sin censura que demuestras tu terrible y caótica espesura, gracias! Un colosal asteroide, quise decir, rozó nuestras reservas de energía, el movimiento de nuestro planeta de metal llego a todos lados, un temblor tan magnífico que no hubo alma que no se sometiera ante su furia y callará todo su aire para después dejarlo salir a grito en desesperación. Los cerebros de mis compatriotas aceleraron el pasó de información, por ende sus mentes enloquecieron momentáneamente ante la crisis. El diagnostico científico: “Nos queda en aproximación menos de un año de vida”.

Esa fue la primera noticia que tuvimos, causó tanto impacto que ocasionó alboroto tan descontrolado que hacía llover sangre. Un mes después el gobierno dio con exactitud nuestro tiempo de vida: “167 días 3 horas y 4 minutos”.

Desde ese día gané una nueva filosofía: 167.3.4

Contaba cada día, no me tomaría desprevenido tal fecha. Esperaba con ansias que como ahora se había establecido un final, el mundo viviera en paz por fin… Pero supongo mi capricho fue muy grande.

Durante este tiempo se llevaron a cabo tres guerras a base de armas poco evolucionados, “Las guerras salvajes por comida aire y locura”.

Mi memoria pesaba más con cada día vivido, hubiese podido hacer un diario con todo lujo de detalles y diálogos incluso. Pero no lo hice, y no planeó hacerlo, ¿Saben por qué? Porque ya no hay tiempo… Hoy es el último día…

Lo comencé con total normalidad, y esperé a que faltara una hora para el gran espectáculo final. Cuando por fin se acercó el tiempo me dirigí a los extremos de “El buscador” llegando a las orillas del domo, llevaba mi café y una libreta con bocetos de mi mente corrupta y del universo armonioso. Me senté en el pasto artificial, toqué el domo con toda la palma de mi mano – era como sentir la negrura del espacio exterior perfecto en mis cinco dedos imperfectos- voltee detrás de mí, para ver como seguía la muchedumbre en caos, luego fijé mi mirada en todo lo que había fuera del domo: Podía ver estrellas, planetas áridos, templados, selváticos, gaseosos y volátiles, sólidos con tremenda dureza, galaxias, rastros de explosiones, uno que otro cometa pasar.

Nada me hacia caer en tal regocijo, que la perfección del cosmos.

-¿Podría darme algo de comer, señor del pasto?-dijo un niño hambriento y moribundo, le ofrecí mi café el cual acepto con toda la dicha de su sonrisa, después ocupó asiento junto a mí en la verdura.

- ¿Qué está mirando, señor?- cuestionó mi nuevo amigo, así que señale las estrellas fuera del domo, y le respondí que estaba apreciando la paz de la danza cósmica antes de presenciar nuestro final, ya que el hombre no deseaba tal paz pura y real. El infante quedó atónito al confirmar que efectivamente si había tranquilidad y gozo en la observancia de las luces naturales del espacio.

Llegó alguien más y mi amigo se encargó de informarle acerca de “la paz”, esa persona informó a otro y así sucesivamente, por mas difícil que le sea creer, permítame informarle amable lector que ha ofrecido su tiempo a esta lectura que en una hora, todo el mundo se entero y créame no exagero, cada ser humano, dejó sus armas, guardó sus palabras, se tiró al suelo, e indagó paz con sus miradas, o incluso quienes no podían ver, podían sentir la armonía de millones de mentes en paz y cedieron al descanso, nadie pensaba en nada más que la belleza del universo… Cuando menos nos dimos cuenta, implotó nuestra nave, nuestro hogar se despidió, pero no sin antes dejar una enorme mancha roja en el vacío. Mi consuelo radica en que la vida tuvo paz durante por lo menos, el último minuto de su existir.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Acordes a lo lejos

Iba caminando a poca prisa -empero sin llegar a un paso lento- aquel joven infante en busca de lo que ocultan las montañas, que en este caso eran pequeños cerros que se situaban pasando el camino para salir de su pueblucho. Nuestro pobre compañero, había tenido una disputa familiar, y como berrinche decidió ir en busca de aventuras, esperando encontrar otro pueblo -cuando lograra atravesar las colinas- que tuviera aun más manjar que el suyo.

Vaya suerte que le espera, no podemos culparlo a él por aquello a lo que es ignorante, lo menos que podremos hacer es ser comprensivos ante su actuar, pues debemos siempre recordar que al final sigue siendo un niño, un niño humano. A pesar de su cordura y su capacidad de raciocinio nuestro pequeño amigo optó por seguir adelante en su operación de búsqueda.

Cuando por fin cruzó ya agotado el cerro, vio un pueblo fantasma, aunque muchos confunden tal término con una ciudad llena de espíritus, algunas veces simplemente es un lugar donde ya no habita nadie.

Nuestro compañero de aventuras miró conmovido el producto de su esfuerzo, imaginó por un breve momento, se veía a el mismo saltando por aquellos terrenos, lanzando piedras y gritando hasta agotar su alma, sus caprichos anarquistas podrían ser cumplidos en ese lugar que parecía tan cálido pero emanaba frialdad.

Conforme recorrió el fruto de su búsqueda crecía un amargo nudo en su garganta, tal sentimiento había nacido cuando dejó su hogar, pero no era tan notable como ahora que había alcanzado un límite tan grande que si hubiese encontrado una buena cama juraría yacer en ella hasta encontrar descanso de la guerra más duradera, la vida misma.

Las casuchas hechas de madera y sudor, los suelos de tierra mojada que probablemente fue pisada por muchos zapatos rotos, cadáveres de perros por todos lados… Había cosas en el contexto que perturbaban a nuestro amigo, ¡pero con cuánta razón! Cualquier niño hubiese notada falta de sequedad en su ropa interior al entrar al “pueblo fantasma de los perros muertos”, sobre él cual ahora estaba situado este valiente muchacho. ¿Cuánto dura la valentía del que con carencia de argumentos deja que sus padres lloren el desconocimiento de su paradero? Poco, diría yo.

Y Poco dijo el viento, cuando una triste brisa pasó entre las piernas del joven aventurero, su valentía pasó a mejor vida. Volteó a todos lados, comenzó su desesperación, no encontraba con su agitada mirada la salida del pueblo, no faltó mucho tiempo para que su respirar careciera de control.

Es justo en este momento de agitación pura cuando tu percepción nota que el Sol ya no está a tu favor, sino por el contrario, huye de tu vista, aleja su luz poco a poco, para volver hasta que la Luna se cansé de pasear con los lobos.

Que rápido se vuelve borrosa la mirada cuando las lágrimas no tienen miedo a salir, que poco se cansan las pantorrillas cuando corres en nombre de la supervivencia, y que inestable es la mente cuando tu compañía es nula. Corría, sin rumbo, sin la vista adelante, miraba sus viejos zapatos para no perder la esperanza al no encontrar la salida a este infierno sin demonios.

Es interesante como un sonido tan melodioso, en medio de tanto silencio puede ser la causa de una sonrisa, y es que cuando te encuentras en un pueblo abandonado oír un gruñido significa animales furiosos, oír una puerta cerrar significa ladrones o drogadictos, por otro lado, oír una guitarra tocar acordes a lo lejos significa alguien desolado, pero al fin y al cabo alguien que puede ser tu única opción de supervivencia. Precisamente ese sonido es lo que ocasionó que nuestro camarada dejará de ver la suciedad de sus zapatos, ahora concentró toda su atención en obtener la ubicación del músico que tenía la capacidad de usar su instrumento en un lugar tan vacío. A pesar de ser un pueblo que seguramente fue pobre, era bastante grande, y entre tanta tensión pareciera un laberinto a los ojos de un niño, fácilmente deduciríamos que no encontraría al señor que hace sonar las cuerdas en la oscuridad, afortunadamente para nuestro fiel amigo la guitarra no era su única posesión también lo acompañaba una vieja lámpara de aceite que entre tantas sombras brillaba como un trueno en tremenda tormenta.

Eso era lo más puro que podría existir, el abrazo de un niño al recuperar la esperanza, es cierto que confundió al viejo musical, pero también es cierto que no sería erróneo deducir que aquel anciano tenía tiempo sin recibir un abrazo, y menos uno tan puro y sincero.

-¡Ayúdeme! ¡Necesito su ayuda! ¡Estoy perdido y la luz me ha abandonado!- dijo el niño.

-Tal vez la luz no sea tu único problema, si miras al cielo veras que la lluvia mojará tus pupilas, pero calma tu preocupación, bajo esta carpa puedes pasar los minutos necesarios- Lentamente cantó aquel viejo

Nuestro muchacho hizo un gesto de agradecimiento, y el viejo un ademán para que se acercara a la zona donde la lluvia era exiliada, el infante sentó su piernas en el suelo, mientras el anciano tocaba una melancólica melodía en su linda guitarra, era un arpegio que no importa que acordes tuviese siempre regresaba a si menor. De pronto dejó de tocar. Miró a sus alrededores y luego al muchacho.

-¿Con que nombre te conocen los que a diario ves y a diario sientes?- cantó el viejo con tanta paciencia pero de manera muy clara.

- Ernesto, ¿usted tiene nombre o se ha quedado en el olvido de los labios que antes lo pronunciaban?-cuestionó Ernesto.

- Abunda verdad en tus palabras, no importa por donde lo mire mi nombre se ha perdido, lo ha tragado el pueblo de Oublie- cantó sin intensidad, pues parecía recordarle malos momentos.

El ambiente se tornaba más pesado, la poca luz de la lámpara no era suficiente contra el viento, la lluvia, y la tremenda oscuridad. Ernesto estaba muy asustado, y comenzó a notar el aroma de los animales muertos pues lo había dejado de notar cuando su miedo lo consumió. Para evitar notar estos detalles que hacían tan tétrico al pueblo, quiso continuar la conversación a pesar de que el anciano parecía estar muy concentrado en su música.

-¿Oublie? ¿Así es nombrado este lugar?- entrevistaba Ernesto al viejo distraído.

-Efectivamente, ¿De qué otro modo habría de llamarse?, hace años que nadie canta conmigo a excepción del viento- cantaba para responder la curiosidad de Ernesto.

- Eso parece una triste historia, pero mi curiosidad me lleva a preguntar, ¿Cómo ha aprendido a tocar la guitarra?- dijo Ernesto, porque en realidad se estaba muriendo de la duda desde el momento en que oyó su música.

- Pues mira que no es gran cosa, Oublie era conocido por ser un pueblo de músicos, no había alguien respetado que no supiera amar a su instrumento musical, pero ahora todos yacen 30 metros debajo de esta tierra de perros muertos- recitaba con su guitarra el único habitante de Oublie.

Esto último fue tan impactante para el oído de Ernesto, no podía evitar pensar en espíritus dentro de aquel pueblo.

-Parece que este pueblo debió ser muy colorido en sus mejores tiempos- exclamó Ernesto imaginando verdura por doquier, ejércitos de flautas y guitarras, creando su propio cuento de hadas, hasta que fue interrumpido por el viejo.

-Al contrario, el pueblo vivía bajo la mano de un asesino al que llamaban alcalde, un maestro del violín, pero había llevado a la ruina a Oublie, el pueblo era su prostíbulo, venían ladrones de otros lugares, venían estafadores, venían violadores y asesinos, le pagaban a él para que tuvieran entrada directa al pueblo, todos se alegraron el día que la bebida lo intoxicó- canto salvajemente el anciano, Ernesto no sintió ni una nota de piedad en su guitarra al relatar tremendo odio.

-¿Entonces la gente del pueblo murió a causa del descuido de su alcalde?- Surgió la duda de Ernesto y no dudo en preguntar.

- No, Ernesto amigo mío, al contrario, me consta que el alcalde luchaba para que estuviéramos vivos y no se perdiera su negocio, pero es triste saber que la solución si fue peor que el problema, al principio todos creímos que el alcalde se ahogo en alcohol, luego supimos que había sido alguien quien lo había incitado a dar cada trago del vaso de su muerte, era un músico extranjero del oeste de Europa, tocaba la guitarra como nadie en el pueblo, y había convencido al alcalde de heredarle el pueblo, ya que este no tenía hijos, una vez que ganó el acuerdo, lo llevó lentamente a la muerte, mientras le ofrecía un concierto de la guitarra clásica más triste que jamás alguien haya escuchado, fue este personaje quien dio muerte a nuestro pueblo- cantó sin ritmo ni tiempos, pues parecía que había sido una memoria perturbadora para el viejo.

-¿Cómo puede una sola persona llevar a la muerte a todo Oublie?- preguntaba Ernesto, la curiosidad lo estaba destruyendo, y el olor de los perros no desaparecía ¡al contrario! La lluvia mojaba los cadáveres lo que empeoraba el olor, y poco a poco la luz de la lámpara se consumía, el tiempo se sentía tan lento como los arpegios del viejo, la mente de Ernesto estaba a punto de explotar, pero el sonido de la guitarra le impedía volverse loco, así que se imploraba a sí mismo para que nunca dejará de tocar.

-Aquella persona por la que preguntas, no tiene nombre, y no lo merece, antes de ser una persona era ego, y esa fue la razón por la que compró con su música y bebida al pueblo desdichado de Oublie, en su primer día de alcalde, mandó a colocar carteles por todos lados, la gente del pueblo los leyó y se enteró que ya no existiría la libertad:

Querido Oublie:

Los he liberado de quien tanto daño le hizo a la integridad de cada uno de ustedes, pero ya no han de preocuparse más, porque ahora están en manos de su servidor, Narciso el guitarrista de los mil dedos, preciso a primera hora de mañana que todo el pueblo asista a una junta general para llevar a cabo un magnifico y sublime duelo de música, verán ustedes más que ningún otro pueblo merecen la libertad por la que cada día trabajan, así que aceptaré todos los ponentes disponibles (si uno falla toda su familia caerá) los cuales intentarán deslumbrar más al viento que mi guitarra, si lo logran serán libres y abandonaré para dejar Oublie a merced de sus habitantes, si fallan no merecen la caricia del viento que se desliza por mi piel, así que deberán abandonar Oublie, serán devorados por la tierra que tanto han pisado.

Atentamente Su poseedor Narciso G.”

Fue lo más triste que nunca había leído la gente de Oublie, muchos prepararon sus instrumentos, otros huyeron, pero al salir de Oublie la hambruna los consumía a los pocos minutos, corrieron por la calle, tantísimos rumores, se presumía que Narciso era un brujo del sub suelo, y que la tierra era su boca, se decía a lo lejos y a lo cerca, que se alimentaba de la música y las almas, surgió otra leyenda acerca de su malvado plan, algunos de los más viejos del pueblo contaron historias sobre la mujer de Narciso, pues se decía que se había casado con una hechicera hermosa, a la que había engañado con la canción más bella, la hechicera al sentirse ofendida buscó venganza y engaño al avaro de Narciso con el mejor guitarrista de Oublie, sabiendo ella que su esposo no podría matarla, pues en realidad la amaba, esperaba que la dejará ir, pero los celos de Narciso fueron tan grandes que enterró viva a su esposa y dejó vivir a su amante, pero juró vengarse de él y de su pueblo de ratas, antes de morir, su esposa lo maldijo dictando que el día que alguien venciera su música, él sería tragado por la misma tierra que le dio muerte a ella. Se dice que cuando ella lo maldijo, el sonrió y dijo: “Tan poco conoces a tu esposo, ningún mortal de este mundo hace de un acorde una señal de humo para encontrar la satisfacción como yo”- Cantó el viejo, en estos momentos sus cantos parecían eternos para Ernesto.

La noche había agotado a Ernesto, estaba a punto de dormirse, pero nuevamente su curiosidad lo mataba, pero la lluvia arreciaba, el olor a perro muerto se sentía tan vivo, podía olerse la sangre de la tierra, su cabeza lo torturaba con una jaqueca tan fuerte como la telaraña de la naturaleza, pero antes de dormir para esperar el regresó del sol, necesitaba oír el final de la historia.

- ¿Espera, acaso todo el pueblo fue derrotado por Narciso excepto usted?- preguntó asombrado Ernesto.

- Narciso era un pedante, mi joven niño, para vencerlo solo hacía falta enseñarle que el arte no está bajo tierra, recuerda que atacar fuego con fuego puede ser peligroso pero funcionará, yo era el oponente correcto para Narciso, el que le podía vencer, le quité a su mujer, y le quité su fama, debes creerme cuando mis palabras te dicen que no hay hombre más estúpido que quien piensa que nadie puede vencerlo- recitó acompañado por su guitarra aquel viejo que alguna vez venció a tan temido brujo.

- Pero, si usted derrotó a Narciso, ¿Por qué todo el pueblo está bajo tierra?- cuestionó por última vez Ernesto, mientras sudaba frio, y miraba que su piel ahora era pálida, y su aliento no daba más aire caliente, el olor a perro muerto penetraba su cordura, su mente no se oponía pues sólo quería descanso.

- Veras amigo mío, Ernesto el joven perdido, si bien Narciso no era el mejor guitarrista, tampoco era el más listo, ni el más maquiavélico, no era tan perfecto como yo, ahora si eres tan amable, de acompañar a la amada de Narciso, hace años que no doy un bocado, y estoy muerto de hambre- terminó su canto y guitarreada aquel singular anciano.

La lluvia cayó tan fuerte que debió detenerse. El viento fue tan agitado que tuvo que calmarse. La oscuridad fue tan profunda que debió amanecer. Ernesto vivió su máximo esplendor, luego se acostó en la tierra cubierta con la sangre de los perros, y poco a poco la tierra consumió su cuerpo, para darle hogar a su alma juntó a la de los músicos de Oublie.

Cuando terminó el proceso, el viejo se paró y colocó su guitarra a un lado, frotó con sus talentosas manos su nuevo rostro y pintó enorme sonrisa en su expresión cuando vio su cuerpo rejuvenecido… Estaba tan joven que hasta podría tocar su música en otro pueblo quizá.